En cuanto te mueves por los negocios y la vida, detectas el curioso hecho de que no paramos de elegir a idiotas como líderes.

La enésima noticia sobre el Brexit, beber lejía, otro tuit mostrando que los políticos desconocen lo más básico de la ley, su trabajo o cómo funciona el mundo… O bien te das una vuelta por cualquier empresa para comprobar lo mismo, las posiciones de mando se llenan de mediocres.

No aprendemos, elegimos y ascendemos a los idiotas. ¿Por qué?

La respuesta no se enseña en esos seminarios sobre liderazgo llenos de obviedades, en los que todos aquí nos hemos aburrido más de una vez.

El principal motivo

La primera razón para elegir a idiotas es esta:

La gente con confianza en sí misma es mucho más convincente, algo que se ha demostrado en infinidad de estudios.

Los vendedores de coches o casas lo han sabido siempre, y los políticos y líderes han tomado buena nota.

Una mentira simple, con la suficiente confianza, es más persuasiva que la verdad, que suele ser compleja porque la vida es así, complicada y llena de matices. Demasiados.

Pero he aquí el reverso tenebroso, ¿quienes están cargados de confianza?

Debido al Efecto Dunning-Kruger, la ignorancia es atrevida y los tontos están más seguros de sí mismos que los inteligentes.

Los incompetentes, por definición, no se dan cuenta de lo mucho que ignoran sobre un tema, mientras que los competentes están afectados por el síndrome del impostor.

Estos últimos saben que gestionar una empresa, una pandemia o un país es extremadamente complejo. Es una osadía afirmar categóricamente cuando no se sabe, o predecir el futuro.

Pero los tontos ignoran esa complejidad precisamente porque, al no molestarse en aprender, desconocen lo mucho que les queda por saber. Hacen esas afirmaciones estrambóticas y Facebook se vuelve insoportable.

Afirmaciones estrambóticas, pero con confianza, algo que nos atrae desde los tiempos de la cueva, especialmente en momentos de caos e inseguridad.

Las personas no soportamos la incertidumbre, queremos una respuesta, que sea verdadera es secundario.

De esta manera, la política, y buena parte de la cadena de mando de las empresas, está formada por individuos confiados que hacen grandes promesas y fracasan miserablemente a la hora de mantenerlas.

El problema de lo complicado

Las personas desconectamos ante lo complicado. Si ha tenido que vender, lo habrá vivido.

Los problemas que no entendemos nos producen rechazo y nos saltan el fusible, pero la vida es cada vez más compleja. Yo no sé cómo funcionan el 99% de cosas, como mi móvil, o qué cadena de sucesos hace que tenga luz, aquella medicina funcione o mi supermercado esté provisto. Cuando quieres aprender, ves lo increíblemente complicado que es todo, muchas piezas móviles que pueden fallar.

Esa complejidad nos angustia y queremos respuestas sencillas.

Es por eso que los populismos y los CEO’s hechos de humo triunfan, apuntan a causas fáciles y entendibles. Falsas, pero poco importa.

Los mediocres nos libran de esa angustia psicológica y, aunque sepamos que no hay soluciones mágicas, da igual, nos siguen atrayendo al escucharlas.

Los libros de autoayuda que prometen riqueza solo con imaginarla siguen vendiendo millones, aunque ninguno haya funcionado. Esta es otra importante lección de negocios.

El problema del estatus

Los humanos también estamos programados de manera obsoleta para el estatus, como lo estamos para la confianza. No hay nada peor que sentirse por debajo de quien tenemos enfrente, recordándonos que no hemos llegado tan alto como él.

Es por eso que el elitismo es una cualidad negativa en los líderes que produce rechazo. Los idiotas nos «caen mejor» que los intelectuales porque nos hacen sentir mejor, aunque solo sea porque parece que somos más listos que cualquier presidente.

Por el contrario, no soportamos a esos con mil carreras hablando desde su torre de marfil con palabras que no entendemos. Y nos hablan de causas justas e importantes, pero parece que regañen porque no reciclamos bastante, no hablamos bien o no votamos adecuadamente.

Puedes decir todo lo correcto que, si no lo haces de la manera adecuada, no importa.

George Bush Jr. nunca tuvo fama de intelectual o inteligente, ni falta que le hizo porque mostraba otra cualidad de liderazgo más importante.

Era un presidente con el que muchos se tomarían una cerveza, aunque no le hubieran votado. Parecía campechano, cercano a la persona de a pie y alejado de esas élites que te hacen sentir tonto y parecen reír a tus espaldas. Alguien con el que hablar del partido o irnos a pescar, que no te recuerda todo el rato que es superior (rebajando nuestro estatus en la situación).

Por eso, también nos atraen líderes que parecen como nosotros y hablan como nosotros, no como catedráticos.

No en vano, los políticos han reducido mucho la complejidad de sus discursos, usando un lenguaje entendible por niños cada vez más pequeños. Esa es otra nota a tomar en el mundo de la empresa, tan lleno de palabras vacías y nuevos términos.

¿De qué me sirve todo esto?

¿Debemos darnos un golpe en la cabeza y volvernos tontos si queremos llegar a líderes?

Puede, pero es mejor:

  • Cultivar un narcisismo SANO y fingir más confianza, porque la seguridad es persuasión.
  • No hay nada fácil ya, así que, tras la respuesta confiada seamos humildes y rodeémonos de expertos.
  • En la medida de lo posible, debemos simplificar. Nunca engañar, pero no podemos convencer a alguien de algo que no entiende.
  • Nunca nos subimos al púlpito a predicar. Debemos interesarnos por lo mismo que interesa a quienes queremos liderar, bajar a tierra y hablar de ello con el lenguaje que usan.

Hace tiempo, leí sobre el primer ministro británico Boris Johnson. Uno de sus defensores apuntaba que, a pesar de las actitudes estrambóticas y las salidas de tono, Jonhson es, en realidad, extremadamente inteligente y culto, pero pretende ser un poco bufón.

Y es cierto, pero eso solo resalta la tesis principal.

Parece que, si quieres ser líder, tienes que fingir algo de estupidez.