Cada miércoles me reservo la tarde para ir al cine con un amigo. Tomamos un café, hablamos y elegimos una película. Es uno de esos motivos pequeños, pero importantes, por los que llevo 20 años haciéndolo a mi manera y no al compás que marque otro.

Hace un tiempo, otro amigo se lamentó de no estar invitado, pero esa posibilidad siempre había estado ahí y se lo dijimos. Respondió que genial y que nos veíamos el miércoles.

Pero nunca viene porque siempre está muy ocupado.

Cada semana dice que no cree que pueda, pero que nos informa el mismo miércoles. Tampoco lo hace.

Hay una enorme lección de ventas y gestión de personas en el hecho de que mi amigo, en realidad, no quería venir, sino simplemente tener la posibilidad de hacerlo, pero ese no es el tema hoy.

La escena es familiar, atraviesas el día bajo la presión de fechas límite, respondiendo emails aquí y allá, cogiendo llamadas y haciendo otras. Te falta un poco el aliento, pero está bien, la adrenalina es una droga poderosa, estás incluso orgulloso, no paras. Sin embargo, cuando termina el día tienes esa sensación familiar de que el proyecto importante que querías avanzar sigue en el mismo punto.

Así que te lo llevas a casa, al menos en la cabeza, y tienes esa horrible sensación que llamo «cerebro dividido y descanso culpable». No estás descansando al 100% porque piensas en el trabajo, no estás en el trabajo al 100% porque necesitas descansar.

Todos estamos demasiado ocupados y nos han vendido que eso es una medalla de honor, cuando es todo lo contrario.

Hay toda una cultura emprendedora del empuje, un hustle porn que siempre tiene como solución insistir y perseverar un poco más.

Valiente tontería.

Esa cultura, demasiado extendida en demasiados emprendedores, es la raíz de muchos males y no conseguir nada, excepto esa culpabilidad y mil proyectos estancados.

Pero hey, es que estoy siempre muy ocupado, le dices a todo el mundo, como si tuvieras cosas más trascendentes que ellos y eso tuviera que despertar la envidia o un sentido de importancia. No lo hace, es al contrario, porque estar siempre ocupado no es más que una excusa conveniente para no afrontar lo importante.

Y las personas somos excelentes a la hora de fabricar excusas para no enfrentarnos a lo que más necesitamos.

Cómo estar siempre ocupado lleva constantemente a tomar malas decisiones

Estar siempre ocupados también es una epidemia que lleva a tomar constantemente malas decisiones y ser unos incompetentes. Algunos de los estudios al respecto son fascinantes.

Cuando estamos bajo estrés, se produce una hiperconcentración, una especie de visión de túnel cognitiva que nos enfoca en lo que tenemos delante y nada más.

Ese mecanismo es poderoso y fundamental, pero el problema es que, viviendo siempre como el bombero que apaga fuegos, esa concentración-túnel se enfoca en lo más inmediato.

¿Y qué suele serlo en esta era de la distracción constante? Tareas de poco valor la mayoría de las veces, como ese email a ninguna parte, o la enésima interrupción del que también está evitando lo importante y nos llama para no tener que ponerse con eso.

Algunos estudios, como los del profesor de Economía del comportamiento de Oxford, Anandi Mani, demuestran que estar siempre ocupados reduce nuestro «ancho de banda mental», de manera que es imposible tener suficiente para lo importante, para lo estratégico, para esos proyectos que requieren trabajo profundo, que diría Cal Newport: períodos de tiempo largos y sin interrupciones, que invoquen esa concentración-túnel en lo importante.

Los trabajos de Mani conectan con otros como los de la Universidad de Chicago que demuestran lo mismo. Cuando andamos siempre escasos de tiempo o recursos, siempre ocupados, tomamos peores decisiones porque es imposible ver más allá de lo inmediato.

Y emprender es tomar decisiones todo el tiempo, así que vivimos en el corto plazo, de salto de mata en salto de mata, hasta que morimos por mil pequeños incendios que a lo mejor no quemaron el edificio, pero lo que es seguro es que nos quemaron a nosotros.

El truco perfecto de productividad que soluciona esto

No existe, esto es la vida real, la única solución de verdad es aterradora.

Tenemos que quitarnos esa medalla de latón del pecho y poner límites.

Esta es la realidad que no queremos oír: la empresa que siempre anda corta de tiempo y trabajando extra no tiene mérito alguno, simplemente está mal gestionada.

Quitarse la medalla de latón implica algo terrorífico, reconocer que no podemos con todo, que somos humanos y limitados.

Es hora de enfrentar esa realidad y dejar caer el peso innecesario, algo que no hacemos porque tenemos mucho miedo a elegir, pero el precio de no querer perder algunas cosas es perderlo todo.

Todos tenemos mil proyectos en mente, mil cosas que crear. No podemos, es hora de elegir una o dos importantes y dejar el resto al borde del camino si queremos avanzar en dicho camino.

El tema de hoy tiene unas implicaciones psicológicas muy importantes, porque la medalla no está clavada en la ropa, sino en la piel, así que es muy difícil de quitar. ¿Por qué? Estar ocupados es otra manera de sentirnos importantes, por falsa que sea la importancia.

En la vida real, si queremos avanzar más rápido es hora de soltar lastre. El aumento de velocidad es instantáneo.