A veces me acuerdo de lo que aprendí de un tipo malcarado y hosco, uno de los mejores expertos en Marketing que ha habido.

Cuando algún cliente me ha escrito diciendo que él no es capaz de ponerse cada mañana a llamar por teléfono a desconocidos, escribir una campaña de marketing, dar un discurso de ventas o hacer tal o cual cosa, siempre he respondido lo mismo:

«Oh, sí, claro que eres capaz».

Pero no lo digo para animarle, ni porque piense que tiene dentro toda la voluntad necesaria y solo necesita un pequeño empujón motivacional para sacarla.

Eso son tonterías.

Esa persona podría por lo que me enseñó el hombre hosco. Porque si le pongo una pistola en la cabeza y le digo que, como no se acerque a diez personas a intentar venderles, aprieto el gatillo, lo hará corriendo.

De hecho, se acercará a doce, por si acaso.

Es la mentalidad de hacer las cosas con una pistola en la cabeza la que supera los pequeños grandes miedos que nos asolan como emprendedores. Los miedos a recibir un no, al fracaso y al éxito se contrarrestan con otro pánico más grande.

Si yo cojo esa pistola, apunto a lo que más quieres y te digo que dispararé si no estés cuatro horas con ese proyecto que tienes entre manos, vas a estar diez.

Recuerdo una tarde de verano en 2008, apoyado de codos en un balcón. Notaba la pistola en la cabeza. Porque los últimos años habían sido cómodos y seguros, pero llegó la crisis y era la hora de la verdad o de oír el bang y enterrar mi iniciativa de negocio. Y después de eso, a lo mejor ponerme otra vez el traje de consultor. Reuniones estúpidas y jornadas hasta las diez de la noche no haciendo nada importante, excepto figurar. O peor, rellenar de nuevo impresos de hacienda, observar el reloj de la sala de espera y su tic tac, hasta que algún funcionario me atendiera mirando por encima de sus gafas.

Me vi con la pistola en la cabeza y, mientras los demás caían a izquierda y derecha, los años de la crisis fueron los mejores de mi iniciativa.

No fue cuestión de genio, soy bastante mediocre. Fueron el pánico y la urgencia, no me avergüenza reconocerlo. Un miedo venciendo a otro.

Por qué somos nuestro peor cliente

El refrán dice que, en casa de herrero, cuchara de palo. Yo digo que los emprendedores tendemos a ser nuestros peores clientes.

Mientras que por los demás dejamos las horas necesarias para terminar el trabajo, cuando se trata de nuestra iniciativa, de mejorarla, llevarla más lejos y hacer más, somos nuestro peor cliente.

No echamos por nosotros las horas que echamos por los demás, ni tampoco nos esforzamos tanto en nuestros proyectos. Es algo curioso, pero común. No hay sentido de urgencia ni pistola.

Pero la pistola es real, la percibamos o no.

Muchas veces, somos nuestro peor cliente porque, desde pequeños, nos enseñaron algo terrible, que el futuro nos salvará.

Nos cuentan que, cuando crezcamos, ya tendremos alguna idea de cómo funcionan las cosas. Luego, que en la universidad nos prepararán y comprenderemos por fin. Después, que cuando consigamos un trabajo, una pareja, dinero o lo que sea, las piezas encajarán y podremos disfrutar… Cuando empezamos a sospechar el timo, nos dicen que tranquilos. En realidad, será cuando nos jubilemos, los años dorados, ya sabes, en los que por fin podremos bajar los brazos, descansar al sol con la sensación de trabajo bien hecho.

No.

El tiempo se acaba, el futuro no nos salvará, no vendrán épocas mejores por sí solas, habremos de construirlas. Si no hacemos nada, estaremos igual de cansados y con todos esos proyectos pendientes.

Si creo que tengo todo el tiempo por delante, despertaré un día con toda la vida por detrás y sin haber hecho nada reseñable.

El arrepentimiento no es buen compañero de viaje. Debemos empezar a tratarnos como lo que somos, nuestros mejores clientes.

Todo lo reseñable que he hecho ha sido porque he sentido esa urgencia y me he tratado bien. He despedido a esos clientes que hipotecaban mi tiempo y mi ánimo, y me he puesto manos a la obra con esas eternas mejoras siempre pendientes.

Con lo importante que queda enterrado, porque todos los días es ir corriendo a apagar fuegos.

Lo más difícil del mundo

Emprender está entre lo más difícil del mundo. A los 5 años, tiene casi el 90% de probabilidades de fracasar. Es una locura estadística, algo irracional.

Como bien dijo alguien, hasta que no actúes con tanta fuerza como bracea quien se ahoga en el agua, poco vas a conseguir en lo que es tan difícil.

El que se ahoga no guarda fuerzas, no hace un poco y ya, pelea hasta con la última fibra de su ser, hasta que no le quede. Porque o lo hace, o ya no hará nada nunca más.

Obviamente, es imposible ese esfuerzo todo el tiempo, pero da cuenta de lo que es necesario cuando haces lo más difícil del mundo.

Supongo que, si tuviera que pensar en por qué he hecho las cosas de las que estoy orgulloso, y que no necesariamente tienen que ver con emprender, diría que es porque tuve ese sentido de urgencia. Ese no querer irme de aquí y, como dice la cita erróneamente atribuida a Thoureau, «quedarme con mi canción dentro».