Puedes verlos, ahí están, todos esos emprendedores que presumen de beneficios, fotos en las redes y el hecho de que, por alguna razón, los empresarios se quisieron convertir en estrellas del rock.

Y, por supuesto, muchos de ellos están dispuestos a venderte el secreto de su éxito por el precio adecuado.

Mientras, nosotros estamos confusos por el siguiente paso a dar, ansiosos por el resultado de tal producto o cual campaña, inseguros antes de decidir si sí o si no a eso tan importante y, en general, queriendo hacer lo imposible: adivinar el futuro.

O algo un poco menos imposible (pero poco), que la incertidumbre no nos supere demasiado.

El verdadero estado natural del emprendedor

Todos esos triunfadores están posando con una sonrisa y nosotros nos sentimos como peces fuera del agua, cuando, en realidad, resulta que estamos en el agua.

Porque el estado natural de emprender es dudar, fallar, no llegar o que parezca imposible.

Cuando trabajábamos para otros, el camino en la selva estaba claro y la recompensa a final de mes, también. Ahora, tenemos que abrir el camino a machetazos en la espesura y no sabemos si al otro lado está el tesoro o el precipicio.

Y no podemos echar la culpa a otro.

Los números son claros. A lo largo de distintas épocas y en diferentes países y contextos, las cifras emprendiendo son más o menos las mismas: a los 5 años, entre un 80% y un 90% de nuevos negocios han cerrado.

Esa es la realidad, un juego donde 9 de cada 10 pierden. Una locura, una lotería, pocas veces jugamos con las probabilidades tan en contra.

No sentirnos desbordados y preocupados en ese contexto no es señal de ser unos expertos, es ser tan privilegiados como para que no nos importe el resultado o tan inconscientes como para no entender de veras el juego y sus probabilidades.

La culpa de todo es del marketing

Todo marketing se basa en una historia y, si esta es lo bastante buena, vende. Del mismo modo, el marketing entiende que la percepción es la realidad.

En un mundo movido por las historias, muchas de las que más lo han influido han sido de ficción. Eso no es malo, ni mucho menos, pero en este caso, lo que está mal cuando nos sentimos inadecuados como emprendedores no somos nosotros, es la historia que nos han vendido.

Porque se repite hasta la saciedad, porque no paramos de ver a los Elon Musk y los Jeff Bezos, junto a sus pequeños imitadores por todas partes que triunfan y triunfan.

Pero ya sabemos lo que se dice de una mentira repetida suficientes veces.

Creemos que la culpa es nuestra por no ser lo bastante buenos, inteligentes u osados, que nosotros simplemente tuvimos un sueño y creímos que podríamos resolver un problema mejor de lo que ya se estaba haciendo. Pero nos sentimos pequeños y desbordados, otro día echando demasiadas horas y lo importante que sigue sin avanzar.

Pero de veras que eso no es señal de que estamos rotos, es solo que, una vez más, queremos lo imposible.

Porque la naturaleza del juego siempre ha sido y será esa: caos, riesgo e incertidumbre. Y en ese juego lo hacemos lo mejor que podemos.

Muchos se sienten aterrados por abandonar esa imagen perfecta de que todo lo que tocan se convierte en oro. Creen que si reconocen que son tan humanos como nosotros se caerá el mito y en ese mito basan en buena parte su capacidad de vender. Al final, muchos acaban devorados por el personaje o aplastados por la fachada que han levantado y que no puede más del peso.

Debemos recordar la verdadera naturaleza del juego y no fustigarnos, porque hemos elegido hacer una de las cosas más difíciles. 9 de cada 10 veces fallaremos y es lo que hay. Yo mismo estoy ahora en la tesitura de abandonar un proyecto en el que estaba inmerso, junto con otra emprendedora, sobre comercio local en línea y sostenible.

Es bueno, pero es muy difícil, hemos visto que resultaría demasiado complicado y que, en este caso, no se pueden reunir en cantidad suficiente «las 2 ces» imprescindibles: capital y contactos.

Es probable que haya que tomar la dolorosa decisión de abandonar, pero eso no es un fracaso, es la naturaleza del juego 9 de cada 10 veces.

A nadie le gusta fallar y es inevitable sentirse desmoralizado en esos casos. Pero gran parte de lo que nos hace sentir tan mal en esas situaciones viene por todas esas historias que nos cuentan. Viene porque parece, como si esto fuera Instagram, que todo el mundo triunfa, menos nosotros.

Pero, efectivamente, es Instagram. Casi nada de lo que vemos es real, son filtros, cuentos para vender, historias de marketing.

Normalmente, siempre intento compartir en estos boletines algo práctico que he aprendido. Hoy, me temo que solo traigo un recordatorio, el de que no estamos rotos cuando fallamos, está roto el ambiente que nos rodea, porque no es honesto. Se encuentra distorsionado por historias poderosas que nos cambian la percepción de la realidad por una de cartón piedra, de filtros en la foto.

Que son falsos, pero pueden llegar a hacer mucho daño.