Cuando empecé, lo quería todo, como creo que ocurre también al otro lado de estos mensajes.

Por aquel entonces, yo no sabía que, precisamente, ese es el obstáculo que impide obtener lo importante. Cuando hablo de querer todo, hablo de múltiples proyectos de varios tipos: desde un imperio web, hasta la creación de software, pasando por una carrera como creador de contenido, formador en ventas y persuasión, el viejo sueño de una editorial y muchas cosas más que lograr, mil proyectos siempre en marcha.

A los emprendedores no nos faltan ideas, esa parte es la más fácil para nosotros, lo que nos falta es tiempo y energía para llevarlas a cabo. Y, precisamente, esa mentalidad creadora y ambiciosa es la que nos impide conseguir cosas.

La decisión más importante

Paradójicamente, no es la de qué hacer, sino la de qué NO hacer. Qué vas a dejar ir de una vez, para así tener el tiempo y la energía necesaria para realizar lo importante. O mejor dicho, para construir aquello por lo que vas a apostar definitivamente, ya que importante nos parece todo, en realidad.

Tenemos un tiempo muy limitado y, lo que es más fundamental, tenemos una energía aún más limitada dentro de ese breve tiempo.

Por eso, la decisión más importante que deberemos tomar es: A qué vamos a decir que no.

Pero claro, eso cuesta demasiado a personalidades como las nuestras. Es una decisión muy dura renunciar a nuestros sueños, a algo que queremos, por pequeño que sea, porque somos los que quisimos todo. Además, no deseamos equivocarnos con la elección, aunque los errores sean ingrediente habitual de la vida.

Los emprendedores tenemos la falsa creencia de ser especiales y demasiado optimistas a la hora de planificar cuánto tiempo y esfuerzo nos va a costar algo.

Pensamos que podemos triunfar donde los demás han fracasado, creemos que podemos mantener todas nuestras opciones abiertas y, eventualmente, ir completando hitos y construyendo todo lo que tenemos en la cabeza, sin renunciar a nada. Sin embargo, no comprometerse a fondo en una cosa y tener todas las puertas abiertas implica que no nos meteremos por ninguna. Así, acabaremos dando un paso en mil cosas sin terminar, en lugar de dar los mil pasos necesarios para construir lo importante.

A mí, desde luego, me sigue costando dejar ir.

Como en un ciclo del que no puedes escapar, me he dado cuenta hace poco de que debo abandonar de nuevo varias ideas que me rondan por la cabeza, varios proyectos ya empezados. Es un momento que duele y desmoraliza, no lo voy a negar, pero es imposible hacer una labor reseñable en algo sin dedicarse plenamente a eso y renunciando a casi todo lo demás.

Por eso, he abandonado tres proyectos que me gustaban. Tres de esas cosas que siempre he querido hacer y que volví a pensar que, esta vez sí, podría gestionar con éxito sin renunciar a ninguna de ellas.

Una vez más me equivocaba, pero es que es una de esas lecciones imposibles de aprender. Nos cuesta demasiado reconocer que somos humanos, seres limitados en tiempo y energía que, además, son absorbidos sin piedad por las mil cosas sin importancia del día a día y las mil interrupciones de las mil pantallas ante las que pasamos la vida.

La horrible cultura de la productividad tóxica

De un tiempo a esta parte, hay demasiados gurús diciendo que la solución es hacer más, planificar mejor, meter todavía más tareas en la lista, adicionales a las que tenemos.

Son proponentes de una ultraproductividad tóxica e imposible que nos condena al fracaso y la frustración. Una mentalidad que nos dice que el fallo es que, además de todo lo que ya tenemos cada día, deberíamos añadir más cosas: meditar, respirar, hacer ejercicio, comer sano, llevar un diario, socializar, ser agradecidos y yo qué sé qué miles de cosas adicionales que, al final, solo consiguen estresarnos más.

La solución, como vimos en su día, no es hacer más, ya vamos hasta arriba y a punto de explotar, la solución es hacer menos. Pero, para eso, hemos de tomar la decisión más importante.

Ninguna planificación, ni técnica de productividad, puede arreglar que construir algo bueno de la manera adecuada lleva demasiado tiempo y esfuerzo. No podemos evitar pagar ese tributo, no importa el sistema que usemos o lo mucho que madruguemos.

La incapacidad de comprometerse

Siempre he pensado que los emprendedores y las personalidades creadoras, no maduramos del todo, no queremos casarnos con nada ni nadie, a fin de mantener esas opciones siempre abiertas. Tememos demasiado perdernos algo.

Pero supongo que hay que crecer y comprometerse de una vez, en este caso, con un proyecto en detrimento de los demás. Si no, solo tendremos mil cosas a medias como legado.

Dejar ir es una decisión demasiado dura, pero también liberadora. Una vez comprometidos con una cosa, ya no tenemos más remedio. Debemos seguir ese camino y ver dónde nos lleva, renunciando a volver constantemente a la encrucijada y dar dos pasos en todas las direcciones constantemente, sin llegar a ningún lado.

Al menos, como suele pasar en las cosas difíciles de afrontar, no estamos solos en eso. Todos tenemos que afrontar que somos seres limitados, que quizá podamos conseguir lo que queramos, pero no todo, así que hemos de tomar la decisión más importante.

¿Qué vamos a dejar ir para que podamos construir lo importante?