Hace poco, un hilo de Twitter contaba la historia de Eric Barone, creador del famosísimo juego Stardew Valley.

El hilo es el típico «porno de emprendimiento» que cuenta una historia de enorme éxito y trata de desentrañar los motivos. Es la clásica hagiografía que exagera cosas que suenan muy bien, mientras disimula o ignora otras.

No hace falta leerlo para saber qué pone. Alguien apostó por su sueño, trabajó de manera obsesiva en él durante años y lo consiguió.

Por supuesto, aparecen la obsesión por la perfección de un producto (imprescindible, porque solo la obsesión te lleva a destacar y eso es cierto), el aprendizaje de Barone desde cero de todo lo que tenía que hacer (programar, diseñar, etc) y el hecho de que lo hizo solo, arriesgando todo y llegando a abandonar la búsqueda de cualquier trabajo, o la dedicación a otra cosa, para emplear jornadas maratonianas en la creación de su juego.

Barone es, sin duda, ejemplo de inspiración, pero esas historias llegan hasta emprendedores en una situación similar y creen que esas son las condiciones para el éxito. Así que las siguen y se estrellan sin entender por qué, ya que las imitan al pie de la letra.

Eso ocurre porque lo que no se dice es tan importante como lo que se dice.

Las matemáticas son clave de nuevo

O, al menos, lo que nos enseñaron en ellas cuando íbamos al colegio.

La obsesión por la perfección, crear algo que apasione, la dedicación máxima… todo lo que destaca el hilo, efectivamente, son condiciones para el éxito, pero condiciones necesarias, no suficientes.

Es decir, que tienen que estar, pero no son garantía de nada.

Si no están, un éxito como el de Barone es imposible (por eso lo de condiciones necesarias, como cuando nos las explicaban en matemáticas), pero que estén no garantizan, ni de lejos, el éxito (por eso no son condiciones suficientes en sí mismas).

Bien, teniendo en cuenta esto, pasemos a lo siguiente.

Llevo casi dos años repitiendo que lo más importante para vender lo que sea (un producto, una idea o, en este caso, inspiración y emociones positivas, que hagan que el creador del hilo aumente su audiencia con gente que quiere más de esa emoción y está dispuesta a comprarla) es una buena historia.

Que sea verdad es irrelevante, y no digo que no sea verdad, solo digo que no es toda la verdad. Faltan cosas, y no es culpa de Barone, sino de los que cogen su historia y la agrandan hasta el mito.

Las cosas importantes que se quedan fuera

Para empezar, cualquiera que no quede cegado por el resplandor de la historia se puede preguntar, legítimamente, que cómo es posible que alguien dedique tanto tiempo, durante tantos años, sin ingresar un euro.

La respuesta, que no comenta el hilo, es porque la novia de Barone lo mantuvo económicamente durante esos 5 años de creación del juego.

En casi todas esas historias se destaca el dinero que se hace con la venta del producto, pero no el dinero que cuesta.

Que sí, que los economistas estamos obsesionados con costes y mareamos con el dinero todo el rato a los visionarios, pero es que este es el mundo real.

Quien no tiene un colchón o no tiene sustento, no puede repetir esa historia. No importan la dedicación, el talento o las habilidades que se quieran destacar, hay que comer bajo un techo.

Tirar el dado, como vimos la semana pasada, es fundamental para tentar a la suerte necesaria, pero cada tirada de dado cuesta dinero, nunca es gratis.

Para seguir, el emprendedor solitario que llega a lo más alto está muy bien, pero el propio Barone repite, a quien le quiere oír, que toda la parte de negocio, marketing, etc, lo delegó en empresas con una importante estructura.

Pero ese es otro punto que ignoran los que convierten historia en mito, porque el mito es más atractivo, así que vende más.

Un emprendedor solitario se da cuenta pronto de que, cuando acaba su producto (tras años de obsesión agotadora), el trabajo no ha hecho más que empezar.

Y he aquí otra clave, ese trabajo por delante, aunque no lo parezca, es el más difícil. Porque queda la promoción, una bestia completamente distinta que domar y que requiere habilidades muy diferentes a las de creación o producción.

De hecho, muchos creadores, o expertos en algo, se chocan con la realidad que también hemos repetido aquí varias veces: el negocio al que nos dedicamos no es lo que hacemos, sino vender lo que hacemos.

Dado que este es un juego de ventas primordialmente, en un contexto donde la atención es cada vez más escasa (y copada por quienes tienen los medios), Barone fue inteligente y acudió hasta los que tenían el músculo, que enseguida vieron el potencial del producto.

Él quería crear, de modo que la gestión y la venta las delegó en una estructura poderosa, con experiencia y medios en esos dos ámbitos.

Si no, le hubiera pasado como a la mayoría, que pronto se dan cuenta de que una audiencia es más importante que un producto.

A una gran audiencia le puedes vender cualquier cosa (aunque solo sea una vez antes de quemarla, si dicha cosa es muy mediocre), pero con audiencia cero, el mejor de los productos solo encuentra el sonido de los grillos.

Y, como pasa a la hora de tirar el dado de crear, tirar el dado de promocionar también cuesta dinero.

Cuidado con las historias, pero no las de terror, sino las hermosas. Algo quieren vendernos, porque la publicidad sabe desde el principio que los guapos venden más.